Carmen Iriondo
Trato de que me guste el otoño, pero me pican
los flecos de oro, entrever esas hojas tapizadas
de borlas de cortinados ardidos.
Trato de que me guste el crujir de la tierra,
de la hojarasca muerta debajo de mi pie.
Quiero que me guste porque el color parece
el halo de los ángeles y un árbol se quema
de púrpura con las venas de madera mojadas.
Mientras el cielo ruge claro, lento, sin calor.
Pero me estremece el tenue escalofrío,
me inquieta la caída contínua de las hojas.
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