miércoles, 1 de agosto de 2007

La conquista difícil de un amor

Clarice Lispector

Me encontré con un gran amigo en una vereda de mi barrio. Estábamos conversando, cuando me dijo espantado: "¡Mirá que cosa extraña!". Miré hacia atrás. Vi a un hombre que se acercaba, paseaba a su perro con una correa, normalmente. Sólo que en el perro había algo extraño. Su actitud era la de todo un perro y la del hombre, la de un hombre paseando a su mascota. Sólo que su mascota no era un perro.
Tenía la nariz larga, como si sirviera para tomar de un vaso profundo; la cola era también larga y dura. Podría ser, es cierto, una especie única de la raza. Mi compañero lanzó la hipótesis de que se podría tratar de un coatí, pero yo veía al animal más parecido a un perro. ¿O sería este el coatí más engañado que jamás habré visto?
Mientras, el hombre se acercaba con calma.
No, con calma no: había en él cierta tensión. Era la calma de quien se controla ante una gran pelea, ya que su aire era el de un natural desafiador. Yo estaba, sin saber por qué, intrigada. Y levemente angustiada.
Mi amigo sugirió otra hipótesis: podría tratarse de otro animal, del cual ahora no recuerdo el nombre. Pero a mí nada me convencía: había un gran misterio.
Fue más tarde cuando, de a poco, entendí que la confusión no era exclusivamente mía. La confusión era que ese bicho ya no sabía más quién era, por lo tanto, no podía transmitirme una imagen nítida suya.

El hombre, de facciones duras, pasó muy cerca nuestro. Sin sonreír, caminaba con arrogancia. No, nunca es fácil pasar como víctima ante un humano capaz de juzgar. Parecía no tener piedad. Pero nosotros, por experiencia propia, reconocíamos el martirio de quien está protegiendo un sueño. Es tan difícil mantener vivo un sueño y fingir que es verdad con tal de no ver la realidad...
Aproveché que el hombre estaba caminando al lado mío y osadamente le pregunté: ¿qué animal es este?
Le pregunté qué animal era, pero mi pregunta incluía una inquietud más profunda: “¿por qué hace eso? ¿qué necesidad hay de inventar un perro? ¿y por qué no busca un cachorro de verdad, si es que precisa el afecto de un animal? ¡Si los perros existen! ¿no pensó en otra manera de tener el amor de un animal que no sea llevándolo con un collar? ¿no sabe que la gente no debe apoderarse así nomás de un amor? Todo esto que no dije, estaba implícito en la pregunta.

El hombre, sin detenerse, me respondió rápidamente.
Sí, ¡era un coatí!
Nos quedamos mirando. Ni mi amigo ni yo sonreíamos.
Era un coatí que se creía perro. A veces, con sus gestos de cachorro, se detenía en los árboles o movía la cola.

Me imagino: si el hombre lo lleva al parque a jugar, a tomar aire, llegará la hora en la que el coatí se aterrará: "Pero, ¿por qué los perros me miran tanto? ¿por qué me huelen con desconfianza?"
Imagino, también, que después de un perfecto día de perro, el coatí se dirá melancólicamente, mirando a las estrellas: “después de todo, ¿qué tengo? ¿qué me falta? ¡Soy tan feliz como cualquier perro amado! ¿Por qué siento este vacío, esta nostalgia? ¿Qué es esta angustia, como si sólo pudiera amar lo que no conozco?"

Y el hombre -el único ser que puede responder a su pregunta- ese hombre criminal jamás le dirá la verdad, para no perderlo por siempre.
El coatí era un perro que algún día se revelaría y se convertiría en un coatí de verdad, en otra raza, otro destino.
Pienso también en el odio inminente que tendría el coatí. Yo lo sé, porque siento odio cuando no me dejan vivir mi verdadera realidad (¿cuál?). Quedo gravemente confundida y no perdono.
Miento, a veces perdono. Porque quien me toma por otro, también precisa mucho de este otro inventado.

¿Y si al coatí le fuera revelado el misterio de su verdadera naturaleza?

Me temo que habrá un momento en el que el coatí se encontrará, inesperadamente, con otro coatí y se reconozca: “soy igual a él”.

Lo sé bien. Cuando se entere, él tendrá derecho a matar al hombre por haber hecho lo peor que le puede hacer un ser a otro ser: alterar su existencia para usarlo.

Yo estoy a favor del animal: tomo partido por las víctimas del amor cruel.
Pero le imploro a ese coatí que perdone a aquel hombre, que lo perdone con mucho amor...

Después de haberlo abandonado para siempre, claro.

4 comentarios:

M y S dijo...

pero que palabras más sabias carolin....

Anónimo dijo...

creo
que
voy
a
llorar

que alguien le avise!!!!!!

Anónimo dijo...

Excelente Clarise.

Quiero un coati.

Anónimo dijo...

Dos claves:
1. Perdonar...
2. por supuesto despues de abandonar para siempre. CLARO, CLARO...

gracias.